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Blown Away

Blown Away es un reality canadiense en el que 10 sopladores de vidrio compiten en diferentes técnicas sobre el moldeado y la creación de objetos con este material para ganar un premio equivalente a 60.000 euros, que incluye una residencia artística en el prestigioso Museo del Cristal de Corning. Presentado por un exconcursante de la edición canadiense de Gran Hermano, cada episodio dura 23 minutos y transcurre en una siderúrgica, con un perfil de concursante muy dispar en el que predomina la gente joven lo que viene a confirmar el interés de los antiguos oficios por parte de las nuevas generaciones, algo que perciben en la segoviana Real Fábrica de Cristales de la Granja.

Castilla y León, donde los oficios artesanos aún perviven

La Real Fábrica de Cristales de La Granja es un foco de atracción turística y, cada vez más, de jóvenes interesados en la técnica de soplado de vidrio. Una de las decenas de artesanías que vuelven a cobrar auge entre las nuevas generaciones.

Por: Luis Meyer

Cuando era adolescente, Diego Rodríguez quería ser de mayor todo aquello con lo que sueñan los adolescentes: astronauta, futbolista, actor… Nunca tuvo especial interés por el vidrio, hasta que con 16 años, jaleado por su abuela (y más por contentarla que por otra cosa), se presentó a una convocatoria de la Real Fábrica de Cristales de La Granja. Casi tres décadas después es uno de los pocos maestros sopladores de vidrio que quedan en Europa, un oficio en extinción por la inevitable mecanización en los procesos de fabricación con este material. «Fui a probar hace 27 años y me enganchó: en el momento en que pruebas el soplado de vidrio te enamoras para toda la vida», reconoce el artesano. 

La Real Fábrica de Cristales de la Granja (abierta al público y uno de los mayores acicates turísticos de la localidad segoviana) es una de las pocas en el mundo que sigue apostando por el proceso puramente artesanal del soplado de vidrio, invariable desde que abrió sus puertas en el siglo XVIII, si bien es una técnica que data de muchísimo antes. «Inventada en el siglo I a.C., supuso una verdadera revolución en el campo del vidrio, pues gracias a la caña de soplar pudieron hacerse piezas de mayores dimensiones, de paredes más finas y en un tiempo récord. Fue tal su importancia que aún hoy sigue vigente», dicen desde la fábrica. 

«Ha vuelto un interés muy fuerte por todo lo hecho artesanalmente, lo que está hecho con las manos, una vuelta a los orígenes después de años de industrialización»

Diego es uno de los pocos ejemplos vivos: en nuestro país hay menos de diez maestros. Una situación que podría cambiar. «Hay un interés creciente e inesperado en esta técnica por parte de mucha gente joven, y en ello ha tenido mucho que ver  Blown Away», dice el maestro castellanoleonés en referencia al reality de talentos de soplado de vidrio de la plataforma Netflix. Sabe de lo que habla: «Hace años monté un horno rodante y fui por España para extender mi oficio. Hago cursos y performances, juego con el vidrio y las luces, para que se vea la plasticidad y la belleza de este material, reciclable hasta el infinito. Y cada vez hay más gente joven en mis convocatorias». 

¿Asistimos a una nueva hornada de futuros maestros? «Tal vez llegue ese relevo generacional», reflexiona Diego, «pero para ser maestro tienes que pasar como poco 15 años como soplador. Y descubrir que tienes un don para aplicar diversas técnicas», explica en referencia a quienes a él le enseñaron en su juventud, artesanos que llegaban de todas las partes del mundo a la Real Fábrica de la Granja a compartir su sabiduría: Diego bebió incluso de la técnica de maestros de Murano, irrebatible icono mundial en este oficio. «Lo que es indudable es que ha vuelto un interés muy fuerte por todo lo hecho artesanalmente, lo que está hecho con las manos, una vuelta a los orígenes después de años de industrialización», dice el maestro, y concluye: «Y esa es la esperanza de que oficios tradicionales como el soplado de vidrio y muchos otros perduren en el tiempo».

Vuelta a lo auténtico

El poeta mexicano Abel Pérez Rojas dijo recientemente, refiriéndose a lo artesanal: «No es una cosa hecha a mano, es un pedazo de corazón del autor». Esta relación tan intrincada de la artesanía con lo que nos define como personas es, posiblemente, la explicación de que el proceso iniciado con la Revolución Industrial y continuado con la masiva automatización que vivimos hoy no haya logrado acabar con oficios que tienen siglos y hasta milenios de antigüedad. 

«Es posible vivir fuera de las ciudades y vivir de lo que haces con tus manos»

Castilla y León es un buen ejemplo de ello: mantiene arraigadas artesanías de lo más dispares. Los talleres de velas (como las cererías de Santa María del Tiétar, Ciudad Rodrigo, Segovia o Benavente), de metal y forja (en Briviesca, Burgos o La Bañeza), de piel y cuero (en Arenas de San Pedro, Soria o Valladolid), de cestería (en Ponferrada y León) y de tallistas de madera (en Zamora y Las Quintanillas) son solo algunos ejemplos de la infinidad de oficialías que inundan la región, incluidas la sombrerería o los instrumentos clásicos, por mencionar dos más de decenas. Y todas en muy buena forma: «En los momentos de crisis siempre resurge la artesanía, como ahora», fue la conclusión de los expertos que participaron en las jornadas La realidad profesional de la artesanía contemporánea en Castilla y León. Se celebraron hace dos años, pero Diego refrenda hoy más si cabe esta afirmación: «La demanda de productos artesanales de la Real Fábrica de Cristales, desde vajillas para restaurantes con estrellas Michelin hasta lámparas para hoteles o casas particulares, no para de crecer». 

La bióloga Nazareth Aparicio, de la localidad burgalesa Roa de Duero, confirma este apartado: «Existe una vuelta a los orígenes clara, conozco a mucha gente que está emprendiendo proyectos muy interesantes en zonas rurales de Castilla y León que no son necesariamente agrícolas». De alguna manera, ella también lo hizo: junto a su marido, después de estudiar en Madrid, volvió a su pueblo natal para crear un abono orgánico a base de humus de lombriz sin ningún efecto perjudicial para el entorno. Su empresa Vermiduero acaba de recibir por ello el reconocimiento en los Premios de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. «Nosotros también empezamos de forma artesanal, haciendo pruebas en nuestro jardín con cajas de frutas y un puñado de lombrices». Y concluye: «Es posible vivir fuera de las ciudades y vivir de lo que haces con tus manos. Es posible vivir más feliz, en definitiva».

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