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Diecisiete

Diecisiete, escrita y dirigida por Daniel Sánchez Arévalo cuenta una historia pequeña, pero enorme en matices y mensajes. Y precisamente por eso necesitaba escenarios expansivos y bellos, como solo las regiones de Cantabria podían proporcionar. Los paisajes que se suceden a lo largo del metraje se convierten en personajes imprescindibles de la trama. Desde su arquitectura industrial hasta su naturaleza salvaje, pasando por sus pueblos medievales, esta tierra llena de contrastes se convirtió en el mejor plató imaginable.

Cantabria, un lugar en el que la naturaleza te trata de tú a tú

Recorremos los escenarios de la película Diecisiete por una región que aún tiene muchos lugares al margen de las guías turísticas, esperando a ser descubiertos.

Por: Luis Meyer

«El pasiego ve las hierbas crecer, el lebaniego las escucha». Esta frase, que resume de manera poética la rivalidad entre los habitantes de las comarcas de Liébana y Valle del Pas, puede aplicarse perfectamente al resto de Cantabria. Esta Comunidad histórica abocada a las aguas fieras del Cantábrico y enmarcada por las abruptas y paradisíacas cordilleras de Picos de Europa y la Marina, al norte, y los suaves valles de Campoo, al sur, es un vergel de 5.000 kilómetros cuadrados lleno de contrastes, con infinidad de lugares al margen de la algarabía turística en los que, efectivamente, tienes la sensación de que, si agudizas el oído, puedes escuchar cómo crece la hierba.

Con unos 220 kilómetros de costa jalonados por más de 90 playas, montañas que superan los 2.000 metros de altura, y el mayor número de yacimientos arqueológicos del mundo, Cantabria es un paraíso que va del mar a la tierra, y llega al subsuelo. Y con todo, es de las pocas regiones de nuestro país que se han mantenido al margen de las masificaciones, porque ha apostado definitivamente por el turismo rural y sostenible. Una jugada que le ha permitido nutrir su economía y, al mismo tiempo, mantenerse como ese reducto de sosiego que todos ansiamos en una escapada. Si el turismo rural representaba a comienzos del milenio apenas un 6% del PIB de la región, en 2018 ya alcanzaba el 21,5%, según un estudio de la Universidad de Cantabria justo antes de la pandemia.

El mejor escenario

Aunque es una de las comunidades autónomas más pequeñas de nuestro país, las rutas posibles son casi infinitas. Los enclaves naturales en los que se desarrolla la película Diecisiete son una buena idea para acotarlas. Tanto, que el Gobierno de Cantabria, a través de Cantabria Film Commission, ha creado un recorrido que lleva por nombre el título de la producción.

Cantabria tiene cerca de 220 kilómetros de costa y montañas que superan los 2.000 metros de altura

La mayor parte de la película, concebida como una road movie costumbrista (un chaval de 17 años se escapa de un centro de internamiento para buscar a su perro), se desarrolla en Carmona, uno de los pueblos más bellos de nuestro país, así declarado por la prestigiosa asociación Pueblos más Bonitos de España.

Rodeado de los espectaculares paisajes del valle medio del Nansa y surtido de las aguas del río del mismo nombre, conserva su esencia centenaria con un trazado urbanístico que no varía desde el siglo XVI. Recorrer sus callejas entre las fachadas empedradas y balconadas de las casas típicas que se desperdigan por esta vertiente del valle (muchas de ellas preparadas para el turismo rural) es una buena manera de desconectar de todo a través de la belleza, y sentirse trasladado a la época medieval como si estuviéramos en una máquina del tiempo.

La siguiente parada de esta ruta cinéfila es la playa de Langre. Este arenal cercano a la localidad del mismo nombre, estabulado por el mar y por un acantilado de 25 metros de altura, es conocido por la furiosa belleza de su entorno… y sus olas. Por eso esta playa blanca de arena caribeña es foco de surfistas deseosos de cabalgar las salvajes crestas que aquí produce el mar Cantábrico.

Una de las escenas más estéticas de Dicesiete se desarrolla en un banco. Pero no es un banco cualquiera sino, posiblemente, el que tiene una de las vistas más bonitas del mundo. Encaramado al filo abrupto desde el que el acantilado del Bolao se precipita sobre el mar, aquí descansan los protagonistas, como ansiaríamos muchos a cada minuto de nuestro estrés diario. Pero este banco, a diferencia del resto, también invita a caminar: a contemplar su decadente y onírico molino en ruinas, o a alucinar con su vertiginosa cascada de más de seis metros de altura. Porque Cantabria es, también, el lugar de las sorpresas: no es necesario viajar a miles de kilómetros para encontrar paisajes impactantes.

Igual que no es necesario cruzar a Francia para encontrarse con estructuras dignas del mismísimo Eiffel. En el magno arquitecto galo se inspiró el cántabro Eduardo Miera para diseñar el puente de Treto, una obra de arte de la arquitectura industrial donde se desarrolla otra escena de la película. Comunica los municipios de Colindres y Bárcena de Cicero sobre la ría de Limpias, y aunque se construyó en el siglo XIX, aún hoy sigue siendo una virguería. En lugar de basarse en el manido puente levadizo para dejar pasar a los barcos mercantes de cierta altura, Miera optó por que girase sobre su eje.

Esta región cuenta con el mayor número de yacimientos arqueológicos del mundo

La ruta por los escenarios de Diecisiete culmina (en una inesperada analogía vital) en un cementerio. Concretamente, el que se encuentra en la cúspide del cerro que alberga Cabezón de la Sal, un pueblo que toma su llamativo nombre de la actividad principal que ejerció durante siglos: la extracción de sal. Hoy es ampliamente visitado por su riquísimo patrimonio histórico artístico, como la casa palacio de Carrejo, reconvertida en el Museo de la Naturaleza de Cantabria, el Palacio de la Bodega del siglo XVIII o la abundante arquitectura religiosa que inunda los municipios circundantes.

Aquí acaba el recorrido por los escenarios de Diecisiete que, como toda película, tiene un final. Pero para el visitante, este puede ser otro punto de partida para seguir embriagándose con una de las pocas regiones que siguen conservando intacto un encanto cada vez más preciado: el de volver a los orígenes, y tratar de nuevo a la naturaleza de tú a tú.

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